jueves, 11 de marzo de 2010

El reportero de guerra hecho marioneta



“Era lo que ellos llamaban territorio comanche en jerga del oficio. Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta. El lugar donde los caminos están desiertos y las casas son ruinas chamuscadas; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti…”

Fragmento escrito por Arturo Pérez Reverte, consagrado reportero de guerra que estuvo durante 20 años en primera línea de numerosos conflictos bélicos, en el se refleja la situación que vivían no hace tantos años los reporteros al transmitir los diversos sucesos que acontecían en las zonas más con mayor foco de tensión.

Lo que antes era un hotel destartalado, buscarte la vida para conseguir una antena con la que poder enviar la información obtenida, vivir una guerra desde el principio hasta el final dejando por el camino una vida construida con anterioridad. Ahora todo eso se ha convertido en un simple billete de avión que te desplaza al lugar de los hechos asegurándote una fecha de regreso, un hotel con todo tipo de servicios, contar con los mejores equipamientos para transmitir la información; manejando datos que ni tan si quiera has tenido que salir a buscar a la calle sino que provienen de otras fuentes.

“El eterno dilema en territorio comanche es que demasiado lejos no consigues la imagen, y demasiado cerca no te queda salud para contarlo”

Ser una marioneta al servicio de los intereses de la empresa periodística, informar de aquello que te exigen y no de la realidad, de lo que ves en aquel lugar y te pone los pelos de punta. Transmitir lo que les interesa y lo que la gente espera ver y oír, pero no de aquello que debería oírse, aquello que debería comunicarse para de alguna manera cambiar el transcurso de los hechos, de los acontecimientos.

Ahora no es necesario ni que el reportero de guerra sea consciente de ello, no hace falta que salgan a la calle, simplemente una imagen de ellos mismo sobre con un buen fondo que haga creer que está allí en la línea de fuego.

Como prueba de todo esto, opinión que se está generando en torno a los reporteros de guerra más prestigiosos de nuestro entorno, Manu Leguineche (reportero, que ha tenido ocasión de presenciar y transmitir algunas de las crisis y conflictos bélicos más desgarradores del siglo XX y, actualmente propuesto al Premio Príncipe de Asturias) a través de sus palabras nos refleja el impactante cambio que puede observarse en una misma profesión poco tiempo después.

“¡Ahora los periodistas sólo toman agua! Y, de repente, me doy cuenta de que ya no hace falta ni ir a las guerras, yo que he hecho tantas.”

Esta es una de las múltiples declaraciones de este reportero acerca de la situación actual que demuestra el cambio radical que se ha dado en el reporterismo bélico. Hoy los reporteros de guerra son como hijos tontos de los medios a los que desplazan con toda seguridad y manejan a su antojo, haciendo que digan una cosa u otra, a cambio de una ingente cantidad de dinero.

Todo esto para ofrecer mayor credibilidad, estamos ante un todo vale. Y nosotros en nuestras casas creemos lo que vemos agradeciendo no ser conscientes del todo de la realidad, consentimos ese tipo de manipulación con el objetivo de protegernos, es decir, creyendo solo aquello que nos resulta más fácil de asumir.

Por tanto, nos encontramos ante un acuerdo tácito entre los medios y el público, en el que el público es consciente de la manipulación de la que es víctima y de los intereses del medio; y el medio se aprovecha de esta situación sacando el máximo beneficio de cada información.

Ante esta cruda realidad sólo queda agradecer a todos aquellos reporteros que en su tiempo supieron hacer llegar los hechos sin artificios, enfrentándose de cara con el problema sin los adornos de los que gozan los reporteros actuales.

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