La intimidad de vacaciones

Esta semana me voy de vacaciones a Roma. Gran ciudad esta del arte, monumentos de grandes y talentosas manos, a cada paso y cada vuelta de esquina. Para ir allí decido ver la película que marcó la carrera de Audrey Hepburn con un oscar a mejor actriz principal y que muestra Roma en un día. Y de casualidad, cosas del destino, encuentro al periodista que ya no existe, Joe Bradley, interpretado por Gregory Peck.
Dudo de su actual existencia, porque este profesional de la información se encuentra con la princesa Anna, a la cual asedian todos los medios. Bradley pasa todo el día junto a la princesa y tras conseguir una gran exclusiva de ella, las locuras que comete durante sus vacaciones robadas, ya que se escapa de palacio, decide no venderla, lo que le supone perder 5.000 dólares.

Bradley decide no publicar las fotos como una forma de respetar la privacidad y los sentimientos albergados mutuamente y en una recepción oficial de la princesa Anna a la prensa, Bradley y el fotografo le pasan las fotos a la princesa que les agradece la confidencialidad.
Este hecho podemos apreciarlo desde dos puntos de vista del periodismo. Uno sería el respeto de la intimidad de las personas, que simplemente por ser personas tenemos todos, ya seamos o no personajes públicos. Y el otro es el peligro que se corre al hacerse amigo de las fuentes, ya que si conocemos algo de interés para la sociedad debemos publicarlo y, quizá, si esa persona mantiene una relación estrecha con nosotros no seamos capaces de hacerlo.
Aquí nos encontramos en el típico debate ético de la profesión, ¿qué se debe publicar y qué no? ¿qué es de interés público? ¿cuál es el límite de la intimidad?
Hoy en día parece que ha quedado muy claro cuales son los valores de los periodistas. Si miramos hacia la prensa rosa nos daremos cuenta de que el límite de la intimidad está a la altura del betún.