«Hay dos tipos de escritores: uno es el que cava la tierra en busca de la verdad. Está abajo en el hoyo echando la tierra hacia arriba. Pero encima de él hay otro hombre echando la tierra hacia abajo. Él también es periodista. Ente ambos siempre hay un duelo. La lucha de fuerza del tercer poder del Estado por el dominio que nunca acaba. Tienes periodistas que quieren informar y descubrir. Tienes otros que ejecutan los recados del poder y contribuyen a ocultar lo que realmente está ocurriendo.» Le dice El viejo periodista Lars Magnusson le dice al detective Wallander en la novela , de Henning Mankell.
Desde sus inicios el cine se ha utilizado para difundir los problemas que aquejaban al mundo. Así, a través del celuloide, y siguiendo esta técnica cotidiana, directores de diversos estilos y épocas han mostrado las benevolencias o las degradaciones del periodismo.
No parece sorprendente observar como hace 70 años el periodismo adolecía los mismos problemas que encontramos en la actualidad. Y es que el ser humano pese a los avances tecnológicos y los nuevos descubrimientos, parece muchas veces retroceder, puesto que sabiendo aquellas cosas que no funcionan, aquellas que son incorrectas y perjudiciales las mantenemos con una costumbre que termina arraigándose durante épocas. Y es que como dice la frase popular “siempre tropezamos con la misma piedra”.
La película La reina de Nueva York nos muestra como aquello que parece novedoso o incluso cotidiano en el periodismo es un hábito ya sembrado y enraizado a lo largo del tiempo. William A. Wellman, director de la película, nos muestra tres cosas: unos periodistas corrompidos por la sed de éxito periodístico a costa de explotar las historias más crueles; unos protagonistas de la noticia que buscan la fama cueste lo que cueste; y por último (y mal que nos pese), un público interesado por el lado más vomitivo de la naturaleza humana.
La reina de Nueva York cuenta la historia de Wally Cook (Fredric March), un reportero de Nueva York que, al leer la noticia de que una joven de Vermont (Carole Lombard) va a morir por envenenamiento de radio, decide ir en su busca. La intención de Cook es llevarla a la gran ciudad para que pase allí sus últimos días, recibiendo el cariño de los neoyorquinos, y él pueda redactar un gran reportaje. Cuando el periodista llega al pueblo, la protagonista ya ha descubierto que en realidad no está enferma, aún así lo ocultará para poder conocer Nueva York.
La película crítica de una manera directa las malas técnicas realizadas a diario. Pone como pecador al redactor, a la protagonista, al director y, por supuesto, al público. Ya que el morbo es una práctica que ha gustado incluso a finales de los años 30. El periodismo sensacionalista no es sólo culpa de unos comunicadores sin escrúpulos, sino también de nosotros, que saciamos nuestras inquietudes más íntimas con todo tipo de informaciones escabrosas sobre la intimidad de la gente.
El último caso lo conocemos todos: Marta del Castillo. Y es que la cobertura informativa de la desaparición y el asesinato de la joven sevillana ha ocasionado numerosas críticas a los medios de comunicación por el tratamiento que han hecho del tema y de los menores implicados en él, así como ha suscitado un nuevo debate cobre las redes sociales y la presunta privacidad que las redes ofrecen de los datos de sus usuarios.
La reina de Nueva York es una especie de documento histórico satírico del periodismo estadounidense de los años 30, al que parece que el actual le “debe” algunos conceptos…

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